sábado, 17 de diciembre de 2011

El hombre y el agua


Si el hombre es un gesto
el agua es la historia.
Si el hombre es un sueño
el agua es el rumbo.
Si el hombre es un pueblo
el agua es el mundo.
Si el hombre es recuerdo
el agua es memoria.
Si el hombre está vivo
el agua es la vida.
Si el hombre es un niño
el agua es París.
Si el hombre la pisa
el agua salpica.

Cuídala
como cuida ella de ti.

Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar.

Agua, barro en el camino,
agua que esculpes paisajes,
agua que mueves molinos.
¡Ay agua!, que me da sed nombrarte,
agua que le puedes al fuego,
agua que agujereas la piedra,
agua que estás en los cielos
como en la tierra.

Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar.

El hombre y el agua - Joan Manuel Serrat


Era un asunto pendiente. No era suficiente que viniera una auxiliar y te pasara una esponja por el cuerpo. Bajo los brazos, las ingles y genitales eran los lugares más fregados por las abnegadas profesionales. Recuerdo un día que pregunté si podían hacer algo con mi melena. Todavía estaba internado en el hospital Virgen de la Salud. Tenía el pelo bastante largo y convaleciente de la operación de fijación. “Veremos qué podemos hacer”, me contestaron.  Al otro día trajeron una especie de bacía de esas que utilizan en las peluquerías. Así, recostado en la cama, me pudieron lavar la cabeza.

Ya en Parapléjicos, después de unos días, me sorprendieron. Me recostaron en una especie de camilla de lona a la que llamaban “la patera”. “Hoy te bañamos” me sorprendió el celador. Me llevaron a una salita que no conocía y ahí con toda mi desnudez relajada en la recién presentada patera, comenzaron a regarme. Una cálida y a la vez refrescante lluvia de agua me recorrió de arriba a abajo. En ese entonces solo podía llegar con mis brazos a lavarme el torso. No podía más abajo y tenía prohibido el esfuerzo. Seguía necesitando una mano amiga.
Dos veces por semana disfrutaba de ese momento limpio y relajante. Había días en los que me dejaban un rato solo, disfrutando del chorro de agua. “Hoy tenés canilla libre” me decían y se iban por unos minutos dejándome retozar en la patera.

En los comienzos de mi “independencia vigilada” (cada vez que tenía que hacer una transferencia tenía que llamar a algún auxiliar o celador para que supervisara) me animé y solicité que me dejaran sentarme en el váter (inodoro). No solo fue mi primer intento sentado sino que también quería aprovechar a ducharme por primera vez después de tantas semanas. Fue glorioso. Volvía a acariciarme con esponja jabonosa sin miedo a mojar sábanas.
Y después, el agua. 
Cálida, viva, relajante, impúdica, esplendorosa, sanadora, mojándome sin misericordia y por donde quisiera hacerlo.

Momentos como estos, fueron claves para mi recuperación. Sentir la placidez de la rutina diaria de la ducha y hacerlo solo, como hasta hoy, me ayudan a volver a respirar con profundidad y tranquilidad.

1 comentario:

MªÁngeles dijo...

Siempre me gustó esta frase :"el precio de las cosas está en la falta de ellas" y con tu entrada sobre el agua se me ha venido esta frase, Horacio, como no podía ser de otro modo. ¡Qué capacidad de acostumbraros a la falta, a la pérdida, tenéis cuando sufrís la lesión medular!. Ha habido pacientes que nos han venido semanas sin asear de sus hospitales de origen, algunos con la arena y las costras de sangre pegadas tras zambullirse en el mar ¿ es posible que no hubiera nadie que pensara cómo podía estar sintiéndose, sin poder ni rascarse al picarle todo el cuerpo?. No me extraña que ese momento tuyo a solas con el agua lo hayas descrito de ese modo y disfrutado tanto. Es bueno que seamos conscientes de lo afortunados que somos cada vez que hacemos algo y aprender a valorarlo y disfrutarlo más. Gracias por contribuir a que no se nos olvide, MªÁngeles