En el Virgen de la Salud, donde llegué después del accidente
e hicieron la fijación de mi columna, estaba en una habitación solo. Solo es un
decir, porque por suerte Clau pudo acompañarme todo el tiempo que pudo y la
dejaban dormir en un sillón al lado de mi cama. Me refiero a que no tenía ningún
compañero de desgracias. Estaba muy cómodo a pesar de todo lo que me estaba
pasando.
Cuando llegué de la operación (llegué semi despierto), me
esperaba una nueva habitación. Una más grande y con otra cama al lado. No había
nadie pero a los pocos días llegó mi primer compañero de los tantos que nos
tuvimos que soportar mutuamente ronquidos, charlas, quejas, olores y
familiares.
Ya en Parapléjicos, con Clau nos tuvimos que acostumbrar a
que ella ya no podría quedarse a dormir y solo nos veríamos en los horarios de
visita.
Ahí me presentaron a ERNESTO y más tarde, cuando llegó, a JESÚS.
Este era un señor un poco mayor pero que tenía bastante independencia. Varias
veces despertándome de la siesta o de noche pude escuchar a JESÚS quejarse de
mis ronquidos. No me hablaba directamente pero yo entre la somnolencia pude
escuchar su queja un par de veces. Muy enojado le dije un día que lamentaba
molestarlo por algo que yo no podía controlar pero que lo que más lamentaba era
que él no me expresara su disgusto cuando yo pudiese escucharlo. No dijo nada
pero yo fui a hablar con la doctora solicitándole mi traslado de habitación. A
la misma tarde a quien trasladaron fue a JESÚS para desazón de ERNESTO que
debía seguir soportándome en silencio. Cuando le pregunté a ERNESTO si yo lo
molestaba el me mintió con mucha altura diciéndome que no había ningún
problema. Ahí comenzamos a entablar una amistad.
Ernesto era un hombre de unos 40 años que estaba internado
para realizarle una operación y yo lo conocí en su convalecencia. No tenía una
lesión. Había nacido con una deformidad bastante aguda. Su cuerpo era de
contextura normal pero pequeño. Sus piernas no habían crecido y por lo tanto no
se habían desarrollado lo suficiente como para poder caminar y se movía en
silla de ruedas. Como los dos estábamos todo el día en la misma habitación y no
nos levantábamos de la cama, no tardamos en hacernos amigos y comenzamos a compartir
nuestra vida.
Cierto día, un celador muy macanudo (enrollado), nos mostró
un video en Youtube de un argentino que se hace llamar “el bananero”. Una absoluta idiotez. ERNESTO se
partía de la risa y yo me divertía viendo como se descojonaban (desternillaban)
de risa ellos. Esto nos marcó mucho porque yo a cada instante imitaba lo que se
decía en el video con el mismo acento que el actor y generaba risas cómplices.
Siempre nos unía la complicidad en los comentarios sobre lo
bien que estaban algunas enfermeras que nos asistían. ERNESTO decía que yo tenía
labia suficiente para poder ganarme a cualquiera de ellas pero él, en su
situación, no podía hacer nada al respecto. Por supuesto que lo alentaba a
seguir intentando la búsqueda. Lo animé a utilizar Internet como herramienta de
acercamiento. Pero un día cuando estábamos solos le dije que su problema
fundamental era que cuando estuviese cerca de una mujer tratara de contener cualquier
flatulencia que amenazara con escapar. Es que a ERNESTO cuando nació le habían
realizado un ano artificial casi a la altura del pecho. La risa que le generó
el comentario fue tal que tardó varios minutos en poder tranquilizarse.
Un día llegó un tercer compañero a la cama que había quedado
libre cuando “lo fueron” a JESÚS. Su nombre también era JESÚS nos lo dijo un
celador porque él tenía una traqueotomía permanente y no podía hablar. Lo único
que podía hacer era emitir algunos sonidos que significaban que una enfermera
debía venir a limpiar su garganta de mucosidad.
Las enfermeras también bromeaban con nosotros y le decían a JESÚS
“Habla bien que no se te entiende” y el pobre JESÚS intentando clarificar las
cosas seguía emitiendo sonidos guturales ininteligibles. Hasta que un día yo le
contesté a la enfermera diciendo “JESÚS está diciendo: Luke, soy tu padre” a
partir de ese día a JESÚS le comenzamos a llamar Darth Vader.
JESÚS, cuando yo me fui de alta del hospital, todavía seguía
internado. No mejoraba mucho el pobre y su salud había empeorado un poco por un
problemita que haría que su recuperación fuese mucho más lenta.
A ERNESTO un día le llegó el momento de su alta. Con Clau le
regalamos una remera (camiseta) para poder salir de levante (a ligar) por su
Cádiz querido. Él nos prometió invitar cuando fuese su boda. Nos dimos un
abrazo muy fuerte cuando se marchó.
Nota: Tanto ERNESTO, como JESUS, son nombres ficticios. Los nombres originales, por razones de privacidad, los omito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario