Los que dicen que son felices, ¿qué quieren decir
con ser feliz?
La respuesta podría ser que es una sensación interna de satisfacción,
paz y alegría. Y ¿qué o quién la produce?
¿Manos llenas por tener el corazón contento? O ¿tener el corazón
contento por tener las manos llenas?
Dinero, logros personales, salud, reconocimiento social,
poder, amor, justicia, igualdad. Muchos conceptos dispares con los que se puede
convivir, o no. Algunos dependen de uno y de nuestra autosuperación. Otros de
las circunstancias con las que nacemos. Muchos del azar, unos pocos de la “gracia
divina”. También dependen de la etapa que estemos viviendo. Y no todos estamos
de acuerdo con estas nociones.
También la intensidad del efecto en el tiempo puede definir la
felicidad. Un momento, un instante. Una época, un período. Toda la vida… o
nunca jamás.
Muchas veces le pregunto a la gente que quiero si son
felices. Me siento responsable de su felicidad. Recuerdo que se lo preguntaba a
mis hijas cuando eran chiquitas sólo para que me dijeran que si. Y abrazarnos
riendo.
Y ahora, después de la lesión, ¿seré feliz? O ¿tengo que
estar “completito y enterito” para poder serlo?
Charlando, leyendo, escuchando a compañeros lesionados es
muy recurrente esta pregunta entre nosotros. Pero es una pregunta que no se
hace y se intenta responder a la vez.
Quizá la mayoría entiende que un lesionado medular perdió la
posibilidad de ser feliz. Me pasó varias veces que preguntando a alguien un
simple cómo estás, me respondía haciendo una salvedad a la lesión.
Mucha gente se acerca a mí con un cierto recelo. Una especie
de condescendencia. Una rara meticulosidad. Como con miedo a preguntar para no
despertar al hombre perturbado por un accidente que lo dejó parapléjico y
evidentemente “no puede ser feliz”.
También es mi culpa. Un día un vecino me saludó y me
preguntó “¿cómo andás?”. Yo le respondí con la cruel obviedad “andar lo que se
dice andar… no ando. Pero voy sobre ruedas”. Y lo lógico sería que nos riésemos
todos y que nadie se sintiese con necesidad de pedir perdón.
A veces nos confundimos y pensamos que reclamar igualdad en
el trato, o al revés, pretender diferenciación, pedir que se adapten y
transformen las barreras arquitectónicas, no lo tenemos que hacer porque somos
discapacitados. Tenemos que exigirlo porque somos exactamente iguales a los
demás.
No demos pena. No nos hagamos más la famosa pregunta: ¿por
qué a mí? No tenemos ningún derecho a dar lástima.
Sonriamos cada vez que nos pregunten cómo estamos o cómo andamos.
Y planteémonos la posibilidad de volver a ser felices. Porque para eso estamos
acá y cualquier otra cosa es perder tiempo.